
Cáncer y más cáncer fui,
hubo un día una estrella que me dijo,
desde la salinidad de su nombre
y las seis puntas retorcidas
por el eco big ban-beano
alojado en la química perfecta
de un corazón desvariado,
alta la marea, que arrojó el polvo
en la misma tierra.
Que caíste al fondo de la olla de greda,
a fuego lento pero seguro del aserrín arrumbado,
por decenas de rompecabezas.
El año que imantaba las pelusas
revoloteando en el aire;
hijo del viento seco cubriendo las fiebres en la frente,
a paño mojado en el sebo de lo corriente.
Vuelvo a la atemporalidad de lo profético,
dijera cualquier día o uno de éstos,
para practicar la ascendencia y descendencia
de la carne, del hueso, o del seso;
por lo cíclico o kármico que viene:
el verano hacia el invierno,
el león hacia el pasto tierno,
del cordero hacia el alacrán rugiendo;
o simplemente,
de la espontánea inhalación que pretendemos,
hasta,
la fragilidad exhalada del soñado suspiro eterno.
Érase una vez,
decían todos los cuentos,
y ahora yo mismo releo los multiplicados érases
de un primero de Julio,
como reza el informe del tiempo,
nublado y por la tarde chubascos,
siempre chubascos…
Nótese que vine chubasco,
tarareando en el techo agujereado de nuestras casas.
¿Será por eso que la lluvia se las da de consejera?